Esperanza Cañete, la última mujer que nació en tierras del pantano

Cada 8 de marzo, Loriguilla conmemora el Día Internacional de la Mujer, una efeméride que reivindica la igualdad de derechos y que supone una oportunidad para señalar a mujeres referentes y también a aquellas otras, anónimas, que también han contribuido a que la sociedad evolucione. Un día como hoy, Loriguilla reivindica el papel desempeñado por sus mujeres a lo largo de su historia.

Cuando se cumple medio siglo del acontecimiento más importante que ha vivido el municipio hasta la fecha, como es su traslado de ubicación, Esperanza Cañete Rodríguez simboliza esa unión de pasado y presente y tiene el honor de ser la última mujer que nació en tierras del pantano. El 15 de enero cumplió cincuenta años, los mismos que han pasado desde aquel hito.

«Las mujeres de Loriguilla somos muy trabajadoras y muy familiares», comenta. «Gente acogedora, pacífica y noble», añade. Para ella, hoy es un día más del calendario, algo habitual en poblaciones pequeñas como ésta, donde las grandes movilizaciones tienen menos eco. Este año, además, la fecha pilla a Loriguilla en plenas fiestas falleras.

Esperanza nació en la calle de la Morera, asistida por don Ramón, el médico del pueblo. Proviene de una familia de picapedreros. Su abuelo fue cantero y trabajó en la construcción de la presa, como su padre, Fermín. «Mi madre era de Albacete y conoció a mi padre durante la construcción del pantano de Benagéber. Cuando se terminó aquella obra, se fueron al de Loriguilla», explica. La obra atrajo trabajadores de otras comarcas y regiones y algunos, como sus padres, fijaron su residencia en el pueblo.

En la Serranía, las mujeres se dedicaban especialmente a las labores domésticas, a sus familias y a ayudar en el campo. Lo habitual en las zonas rurales. «Allí no había nada, todos trabajaban en el campo o tenían animales» y no quiere ni imaginar cómo sería hoy la vida allí de no haberse producido el traslado, de no haber cambiado lo rural por lo urbano. «Aquí es mucho mejor, hay más oportunidades y calidad de vida. Vivimos bien y con mucha tranquilidad», añade.

Con la inauguración del pantano el 27 de noviembre de 1967, comenzó el éxodo de los algo más de ochocientos habitantes que integraban el padrón municipal y que no culminó hasta marzo de 1968. El abuelo de Esperanza fue realojado en las primeras casas, mientras que sus padres tuvieron que esperar unos años. Durante ese impase vivieron en la Masía de Aldamar.

Habla de aquella época según lo que oyó en su casa o le contaron, o según reflejan las fotografías que guarda, pero, aún sin recuerdos, no olvida el pueblo viejo. Por eso, siempre que puede acude a las romerías que se organizan cada año al embalse convertido hoy en un gran paraje de turismo rural. Su trabajo en una empresa de Godelleta no le deja mucho tiempo libre, pero es una mujer muy participativa. Forma parte de la Asociación de Amas de Casa y también está muy vinculada a la Sociedad Musical San Juan Bautista, que preside su hermano. «Siempre que puedo, voy a todos los actos que se celebran en el pueblo, porque me gusta todo de Loriguilla», dice con mucho sentimiento.

Ella es, como todavía muchos loriguillanos, historia viva de aquella época. El pantano marcó la vida del pueblo, la de sus habitantes y la de sus mujeres, «mujeres sencillas y muy trabajadoras», concluye.

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